Este párrafo del Evangelio se puede referir, al pie de la letra, a Catalina Cittadini, fallecida el 5 de mayo de 1857, pocos meses antes de que su Instituto, las Religiosas Ursulinas de San Jerónimo de Somasca, obtuviese la aprobación canónica.
En efecto, el 14 de diciembre siguiente, el obispo de Bérgamo, Mons. Esperanza, aprobaba por fin la nueva Congregación y, al día siguiente, las primeras siete compañeras de la fundadora emitían sus votos religiosos.
De esta manera, comienza oficialmente la andadura en el tiempo y el servicio a la Iglesia y a la sociedad de las el Hermanas Ursulinas de san Jerónimo E. de Somasca, fundadas por la hermanas Cittadini, Catalina y Judith.
Como una pequeña semilla, crecida a la sombra del Santo de los huérfanos, Catalina pasó la mayor parte de su vida en Somasca, el buen terreno que, fecundado por la muerte de esta santa mujer, consagrada a Dios y a las almas, ha dado frutos de gracia que se perpetúan en el tiempo.
La obra de Catalina, una gran devota de san Jerónimo Emiliani, fructificó especialmente para el bien de la juventud y de los enfermos: son numerosas las obras en la Italia septentrional, especialmente en la provincia de Bérgamo, pero también en Roma, en Cerdeña y en el sur de Italia. Su actividad misionera se extiende hoy a América Latina (Bolivia, Brasil...), India y Filipinas. Y hay que destacar también su trabajo pastoral al servicio de los hijos de los emigrantes italianos en Suiza, Francia y Bélgica.
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